yn yèhuatzin, yn itlaçotzin san Anselmo); yc yca quichìchiuhque ce yuhquima tetepeyotl, tlàtocayotl, ca (yn yuh quimìtalhuia san Bernardo) ynic necia yuhquima ytecaxtic yn yuhqui sombrero, yn huel mocemitquiticatca yn tlatecpan, yhuan yn pani ca yn huel tetepitztic ahuatl yhuan huel tetzatzapinihuitztli ahuel mochi ca yntlapal (yn iuh quimìtalhuia san Anselmo). Ycpactzinco conteteuhaquìque. Nel ye yca cetzin acan topilli, quitètehuìque, quipàpachòque ynic huel ytzonteconticpactzinco moyecman, auh miec yn huitztli ynic cacalac yquaxicaltitechtzinco, pòpoztec auh occequi (yn iuh quimìtalhuia san Bernardo).
a Él, a su amado san Anselmo). Por eso lo ataviaron con un tocado cónico, @+Wimmer traduce tetepeyotl como “coiffure conique”. Véase en sup-infor.-@ que es como de mando, (así lo dice san Bernardo), porque aparece como su vasija a manera de sombrero, [que] había podido portar completamente [conforme] a lo establecido, y encima están los diminutos fragmentos de encino y las duras púas que no tienen todas su color, (así lo dice san Anselmo). Las apretaron mucho sobre él, con un bordón las hundieron, los oprimieron para que pudieran quedar bien colocadas sobre su venerada cabeza, y para que entraran muchas espinas en su cráneo, pero algunas se quebraron (así lo dice san Bernardo). @+La corona que aquellos malvados colocaron sobre su cabeza estaba tejida de juncos marinos, cuyas púas son duras y afiladas como dardos. Cabe por tanto suponer que las espinas penetraron en sus sienes e hicieron brotar de ellas sangre en abundancia. Con respecto a esto, san Bernardo afirma que los aguijones de que estaba cuajada la referida corona perforaron el cráneo del señor y le punzaron el cerebro. Santiago de la Vorágine, La leyenda dorada, Madrid, Alianza Editorial, 1989, p. 67.-@